En el nombre de la Trinidad…
Fabián Echenique
Cuando hablamos de Dios, ¿en quién estamos pensando? Usualmente en un Dios Padre, creador, misericordioso, atento a las súplicas de sus hijos, que con su justicia infinita rige toda la existencia. También pensamos en Cristo, el Salvador, el Maestro, el que intercede por nosotros, el que nos alimenta en cada Eucaristía, el que nos envía con el mensaje de salvación a todo el mundo. En mucha menor medida, pensamos en el Espíritu Santo, el Paráclito, el que nos da la capacidad para comprender nuestro rol como hijos de Dios y nos da la valentía para cumplir la misión que Cristo nos encomienda.
Cada uno tendrá su imagen de Dios. Lo que todavía nos cuesta es entender a Dios único formado por tres personas. Es lo que llamamos el misterio de la Trinidad. Son tres, pero al mismo tiempo son uno.
Con el tiempo se han intentado distintas comparaciones o analogías más o menos felices para hacer un poco más comprensible esta verdad divina de tres personas en un solo Dios: la figura del triángulo, con tres lados formando una sola figura; los tres fósforos encendidos formando un solo fuego… en estos últimos años, sobre todo en este que está dedicado a la familia, se ha hecho común definir a la trinidad como una familia. Decimos: Dios es familia.
Y esto último está muy bien, pero como todas las analogías mundanas siempre es imperfecta, incluso puede producir confusiones. Aclaremos entonces: familia en el sentido de comunidad de amor.
Me quedo con la idea de Dios como comunidad de amor. Son tres actuando de manera complementaria. Es cierto que Dios Padre nos crea, pero Cristo es la Palabra como dice San Juan por cuya acción todo fue creado y el Espíritu Santo es el amor mismo que se derramó sobre tal creación.
Es cierto que Jesús nos alimenta en la Eucaristía. Pero esto sólo es posible porque el Padre derrama su Espíritu Santo sobre el pan y el vino, transformándolos en cuerpo y sangre de Cristo. Y es cierto que el Espíritu Santo se derrama sobre nosotros, pero esto es posible porque el Padre así lo quiere y para que seamos capaces de comprender y comunicar el mensaje de Cristo.
Aprendimos que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. ¿Se les ocurrió pensar en qué nos podemos asemejar a Dios? Una de las semejanzas más importantes es el de ser comunidad. Esto es evidente hasta entre quienes no tienen Fe. Los hombres sólo se desarrollan en plenitud cuando crecen en relación con los demás. Por eso es necesaria la Iglesia, comunidad por excelencia. Por eso es trascendente la familia, reflejo de la comunidad original de la que todos venimos: Dios.
Cuando haces la señal de la cruz antes de salir de casa, o antes de dormir, o cuando pasas frente a una Iglesia, ¿qué dices? Estás diciendo que lo que haces, lo que dices y hasta tu descanso, es en nombre de la Trinidad. Te toca ser digno de ello. Te toca hablar y actuar como Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo esperan que lo hagas. Cuando los invocas estás tomando el compromiso de actuar en su nombre. También estás llamando a tu lado, para que te ayude y respalde a un Dios que es fiel con aquellos que lo invocan, con aquellos que lo invocan de verdad.